Parasociólogo no. Pará sociólogo. Acerca de la descolonización pedagógica en Arturo Jauretche. Por Juan Godoy



Parasociólogo no. Pará sociólogo. Acerca de la descolonización pedagógica en Arturo Jauretche.
Por Juan Godoy*

“La instrumentación cultural se encarga que el país se venga zonzo (…) de aquí que suele suceder que los que andan con libros no entiendan los intereses del país y sólo los entiendan los que leen alpargatas en lugar de libros. Éstos saben poco pero llevan la ventaja de no saber lo que enseñan los colonizadores. Y no saber, cuando saber es tontería, es sabiduría”.[i]
“Los sociólogos han establecido que yo soy un parasociólogo. Quizás lo soy, pero no por encontrarme al costado de la sociología, sino porque les digo “pará, sociólogo”, cuando entra a macanear”.[ii]

            Pensar la política nacional del último siglo (sobre todo del 30 en adelante) sin realizar una profunda lectura de los pensadores nacionales (en contraposición a los enajenados), como lo fueran Hernández Arregui, Scalabrini Ortíz, John William Cooke, Arturo Jauretche y tantos otros, sostenemos es tarea imposible[1]. Pues para que un pueblo se desarrolle como tal es necesario que realice una lectura de su pasado desde la perspectiva de los oprimidos, de los marginados, acallados, silenciados, para así poder abordar el presente en la elaboración de un proyecto común orientado por la utopía. Es necesario escuchar esas voces y esos silencios que están presentes en nuestro continente latinoamericano, a la vez que se critica las ideas dominantes (de los sectores dominantes) imperantes en nuestros países. Es aquí donde consideramos que don Arturo ha cumplido un papel implacable respecto de éstas, y es en esta faceta de este pensador nacional donde pondremos el énfasis de nuestro análisis, a saber: en la des/colonización pedagógica.
            Citamos a Norberto Galasso en relación a la vigencia de Arturo Jauretche hoy, dicho autor considera que ésta “se liga, por supuesto a la existencia de una cuestión nacional irresuelta en la Argentina, circunstancia que otorga actualidad a quienes, como él, bregaron toda su vida para que dejásemos de ser una “Argentina colonial” y fuésemos una “Argentina libre”. Pero obedece, además a la singularidad del pensamiento jauretchiano, nacido en íntima vinculación con los fenómenos sociales, pletórico de emoción y calidez porque brota de la vida misma, producto de largos años de ir y venir por los rincones del país valorando experiencias, observando, registrando, hurgando en las causas, sin dejarse tentar por supuestos ideológicos o reflexiones abstractas (…)”[iii].
            Es de resaltar también la prosa Jauretchiana (con una fuerte impronta del precursor de FORJA Manuel Ortíz Pereyra), la cual es incisiva, pareciera escrita con el pulso agitado por las circunstancias que exigen las luchas nacionales, una escritura profundamente sentimental, que puede lograrse a su vez porque don Arturo (según nos cuenta René Orsi) no escribía sino que dictaba[iv], consiguiendo una escritura que logra anclarse en lo más profundo de quien lo lee. No es una escritura preocupada por las formas eruditas (pretendiendo delimitar el público), adquiriendo la  sencillez, que al decir de don Arturo pretende el entendimiento del pueblo entero. Con respecto a su escritura le comenta a la revista Gente: “creo haber logrado y a esto atribuyo el éxito de mis libros, hacerme entender (…) he logrado el arte de decir fácil, los cosas difíciles. Generalmente parece que los escritores se esmeraran en decir difícil, las cosas fáciles”.[v]
            Por último el presente, además de ahondar en la colonización pedagógica en Jauretche, tiene la intención de realizar una revisión crítica de los “modelos” dominantes en el “mundo académico” y específicamente en la sociología. Asume el propósito de incomodar, de generar debate al interior del “campo social”.
            Para comenzar a hablar de des/colonización pedagógica en Jauretche, es necesario resaltar que dicho autor está basando su crítica concibiendo que la situación del país se desarrolla como una semi-colonia, en la cual somos políticamente independientes, y no son necesarias las armas (por momentos pueden serlas), sino que aquí surge como esencial la colonización pedagógica para asegurar la dominación. Por el contrario en las colonias, la garantía está dada por las armas, y por la presencia del invasor extranjero, por lo que es estimulada la creación de una conciencia nacional, a diferencia de lo que sucede en las primeras[2]. Así Jorge Enea Spilimbergo argumenta que la actitud de Jauretche era “estrictamente consecuente, a partir del hecho de que la Argentina semi-colonial importaba ideologías (como capitales, mercancías, medios de producción) todas las cuales se convertían en factores de dependencia, en cuanto ideologías importadas”[vi]. Con respecto al mundo colonial, Frantz Fanon sostiene que es un mundo dividido en compartimentos, y que la línea divisoria está marcada por ejércitos, cuarteles, policía, balas, etc. pero los dos mundos no son excluyentes sino que se superponen, a la vez que “en las colonias la infraestructura es igualmente superestructura”.[vii]
            Jauretche arguye que existe en el país una intelligentzia (no inteligencia) que es fruto de la colonización pedagógica, la cual está conformada por individuos que se autodefinen como intelectuales, se desarrollan en una superestructura cultural que se reduce a la determinación de modos y de un instrumental que opera en su formación y difusión, a la vez que no permite que se transforme en inteligencia, y forme una cultura nacional, vale decir, una conciencia nacional. Norberto Galasso sostiene que “cumplido el rol positivo de alfabetizar, la enseñanza oficial ejerce luego su papel nefasto para la inteligencia nacional: conformar un pensamiento ajeno a la realidad del país, enciclopedista y exótico, “civilizado”, para el cual la Argentina real es solamente “barbarie””[viii].
Dicha intelligentzia identificó a los valores universales con cultura despreciando toda otra cultura. Así identificó cultura con civilización, por lo cual se buscó un pensamiento extraviado, no propio, enajenado, que apuntaba a crear Europa en América. No se trató enriquecer nuestra cultura con otra sino de suplantarla, de eliminar una e imponer otra. Pero lo fructífero, creador, en realidad, es asimilar a la cultura nacional los valores universales, y no introducirlos como absolutos, ya que pertenecen a otros tiempos y a otras realidades[3]. Según Antonio Canales “imponerle a un hombre que adopte como propias, costumbres de vida emitidas por los capitales del dinero, o que piense con las pautas culturales del enemigo, fueron realidades contra las cuales debió enfrentarse”[ix]. A su vez Jauretche pone de relevancia la actitud que dicha intelligentzia tiene respecto del hombre, a saber: “considera al hombre una entelequia, una abstracción y no un hombre de carne y hueso que está a nuestro lado (…) sustituyen a ese hombre concreto por una idea: la humanidad, y para ella son sus amores y sus devociones”.[x]
Nuestro autor nos cuenta con respecto a la superestructura cultural, que “desentrañando la trama de nuestro coloniaje económico, que fue primera tarea, descubrimos que él se asentaba sobre el coloniaje cultural. Descubrimos que ambos coloniajes se apuntalan y conforman recíprocamente, pero que si el coloniaje económico daba los puntos de apoyo cultural, éste era, a su vez, la forma de penetración y estabilización de aquél. ¡La traición de la inteligencia! Esa es la primera en el orden de culpas. La primera que debíamos evitar”. [xi]
En la superestructura cultural tienen una fuerte impronta la enseñanza oficial, los diarios, radios y la televisión (claro que hoy con mucha más presencia). Jauretche sostiene que “nada más engañoso que la prensa llamada independiente”.[xii] Así calificará a la libertad de prensa como libertad de empresa, libertad de los dueños de los MM.CC. Esta situación se multiplica en los países dependientes por la presencia de grandes intereses extranjeros. Ahí está la dictadura periodística que echa rayos de luz o sombras (incluso sobre el mismo personaje, como por ejemplo, con Raúl Prebisch) según su conveniencia[4].
Existe toda una “maquinaria académica” que con sus respectivas citas generan unos “enclaves intelectuales”, los cuales funcionan como verdaderos guetos de pensamiento. Hay citas referenciales entre sí, invitaciones mutuas ya sea a congresos, becas, cátedras, charlas (claro que sin este nombre, sino que con otros más decorados como simposios u otro más “coqueto”), todo lo cual no tiene relación con el conocimiento adquirido en tal o cual materia, con el desarrollo de un pensamiento nacional. Son pilas y pilas de papeles, ríos de tinta que es de dudar que alguien realmente las lea. Lo importante es figurar, y hacer figurar, para que luego nos hagan figurar a nosotros también en un “círculo virtuoso”. Estos enclaves excluyen a cualquier pensamiento que se desenvuelva fuera de estos “moldes”. A decir de Jauretche (hablando no solo del “mundo académico) “hay una receta para recorrer el camino del triunfo literario que es traicionarse a sí mismo, traicionando al país. Entonces, si se tiene algunas aptitudes técnicas, se llega después a La Nación de los domingos, de allí a la revista Sur y a los premios literarios, cátedras, etc. Esto no tiene nada que ver con la literatura comprometida y no comprometida. El compromiso es el de no comprometerse con la nación real… Para triunfar hay que comprometerse… a no comprometerse”.[xiii]
Hernández Arregui refuerza el argumento que venimos desarrollando, al sostener que “quien debe callar para poder vivir (tal es el caso de la mayoría de los miembros de la intelligentzia) vivirá desnaturalizando idealmente la realidad. Y así el intelectual colonizado construirá una Argentina espectral, pues él mismo es el fetiche deshumanizado de la colonización pedagógica que lo desposee”.[xiv]
Las “izquierda tradicional” con sus órganos y partidos, no escapan a esta estructura cultural de un país semi-colonial, se desenvuelve como una izquierda abstracta, que no tiene en cuenta la cuestión nacional, y termina siendo una derecha concreta. Pues no tienen otra historia, ni otra literatura que la oligarquía, no le oponen (no le pueden oponer) un punto de vista nacional. Esta “izquierda” se enfrenta a la derecha en el plano externo (a veces siquiera, sobre todo cuando surgen movimientos de corte nacional y popular, calificándolos -peyorativamente- como populistas). Sino recordemos (por citar uno de los numerosos ejemplos) la infame diferenciación del Partido Comunista durante la década del ’70 entre Videla, un General democrático; y Pinochet, un dictador. La gran división en un país que lucha por la elaboración de una identidad y por la liberación es entre lo nacional y lo antinacional[xv]. Galasso argumenta al respecto que “el pensamiento de la clase dominante, que ésta impone a la mayor parte de la sociedad para resguardar el orden (…) no encontró en los intelectuales y políticos de la vieja izquierda-salvo Ugarte- la crítica develadora. Fue Jauretche, en cambio, que destacó la importancia de esta cuestión, desnudando la función reaccionaria de la “colonización pedagógica” y dedicando sus mayores esfuerzos a demoler esas “zonceras” paralizantes”[xvi].
Hay que actuar contra esta cultura, hay que criticarla, hay que desarrollar una política cultural que no sea ni más ni menos política que la que se nos impone como cultura. Es similar a lo que sucede en el campo de la historia que nos imponen una historia (fuertemente cargada de valores, contra lo que creen o dicen creer algunos “Romeros” y algunas “flores de Romero”) como la visión científica, objetiva, pero no es más que una visión política de esta.
Así la descolonización pedagógica se halla fuertemente vinculada al conocimiento de la historia, al revisionismo histórico. Acentuado por la condición de país dependiente en el que la historia aparece “como un campo de batalla permanente”[xvii]. Según Horacio González con el concepto de colonialismo pedagógico Jauretche “quería señalar un armazón de vasta complejidad ideológica por el cual se había elaborado una historia nacional regulada por jerarquías oficiales, la “historia de los vencedores” que dejaba en la oscuridad un yacimiento sufriente”[xviii], la cual habría que rescatar para ser nación. De esta forma no hay proyecto posible sin revisión del pasado, pues existe una falsificación de la historia precisamente para impedir el desarrollo de una política nacional. El problema aquí no es historiográfico sino que es político pues “lo que se nos presenta como historia es una política de la historia”.[xix] Al autodenominarse HISTORIA (así con mayúsculas) aparece como falsa, pues al arrojarse para sí misma la “virtud” de ser la historia verdadera, y no una visión parcial sobre ésta, se desarrolla en el ámbito de aseveraciones taxativas que presentadas de dicha forma no pueden ser otra cosa que falsas.
Jauretche aboga fuertemente porque el país conozca su propia historia, tan fuerte como los que quieren que se detenga en el pasado, y argumenta que “los falsificadores no fueron individuos aislados sino los instrumentos de una sistemática política del conocimiento histórico desteñida a servir la política de la oligarquía y la dependencia económica del país”.[xx]
Hay una fuerte impronta en la historia oral, en las vivencias personales, en esas corrientes profundas que surgen del saber popular, así por ejemplo recordará, “de memoria y con pantalones cortos”, que el territorio de Lincoln había sido habitado por los ranqueles, lo cual era “olvidado” por la educación escolar, y él se había enterado por la tradición oral que persistía en el pueblo. A su vez que era un personaje de “armas tomar” como se puede ver en su participación en el levantamiento de Paso de Los Libres, dicha revuelta radical será luego reflejada en el poema (que prologara Borges, en su primera edición –sin escatimar halagos, de los que luego se “olvidará”- y luego Abelardo Ramos). Al tiempo que en el “medio pelo” sostiene la eficacia de utilizar como correctivo al dato numérico, la experiencia personal, afirmará el estaño como método de conocimiento. Así pone de relevancia la relatividad de los números (encima a veces hay un uso malintencionado para fines político-económicos). En relación a lo que venimos argumentando Norberto Galasso sostiene que “a través de un rico entrecruzamiento entre análisis teórico y praxis política, Jauretche se constituyó en uno de los principales cuestionadores del orden dependiente. Mientras otros se limitaban a lanzar denuestos contra el imperialismo, él puso al desnudo diversas expresiones de la opresión semi-colonial, en lo político, lo económico, lo histórico, lo social y lo cultural. Implacablemente radiografió vicios y miserias de la enseñanza, la judicatura, la prensa, las academias, la estructura económica del atraso, etc.”[xxi].
Es menester comenzar a desarrollarse a partir de lo propio, no desdeñándolo, sino haciéndolo desde el saber popular. Carla Wainsztok sostiene que la originalidad de Jauretche (como la de otros: Martí, S. Rodriguez, etc.) implica “un cambio epistemológico que recupere las voces de aquellos que están al margen de la ciencia”[xxii]. Hay que quitarse el “entripado”, descubrir nuestras zonceras para ser un poco menos zonzos y sobre todo pensar desde nuestras tierras, desde América Latina, desde “La Patria Grande”. Por ejemplo nuestro autor sostiene que el concepto de medio pelo (simplificando, aparentar un status superior que el que realmente posee) es variable según la sociedad donde se aplique la categoría. La construcción además es desde abajo pues “nada puede construirse desde arriba si no se trabaja en el seno del pueblo”[xxiii]. Galasso argumenta que “su valoración de los sectores populares como protagonistas de la historia, se corrobora en planteos de desbordante simpatía por nuestros trabajadores”.[xxiv]
Más que un científico frío que busque la objetividad del dato científico, confeccione cuadros, y se inunde en números y tubos de ensayo, se requiere estaño, caminar el pueblo, conocerlo, vivirlo, ser parte de este. Basta de la tan mentada objetividad, a estas alturas, ¿alguien puede seguir creyendo en esta?
La colonización pedagógica nos presenta una educación que desprecia el sentido común, intenta obstaculizarlo, pero claro no hay que perder de vista que ellos proponen una educación desvinculada del mundo real y en este contexto es lógico que se tenga al sentido común como el peor de los sentidos. Jauretche, en cambio, proclama que el sentido común es el buen sentido y todos lo tenemos pero hay que buscarlo por debajo de la formación cultural a la que nos tienen acostumbrados desde pequeños. Según Antonio Gramsci hay que buscar en la memoria histórica del pueblo el sentido común, que es el mejor de los sentidos, es el (también dirá él) buen sentido[xxv].
Son los sectores considerados “cultos”, “académicos”, los que tienen más posibilidad de caer en falsedades, pues éstos han sido penetrados por la colonización pedagógica, “de ahí (sostienen Galasso y Germán Ibáñez) que Jauretche dijese que el principal problema es el de aquellos más “civilizados”, más ligados a la cultura oficial, pues deben “primero desaprender, para luego aprender la verdad”, mientras que los trabajadores (decimos los sectores populares en general), por su menor contaminación con la ideología dominante, son capaces de acercarse más rápidamente al conocimiento de la propia realidad”[xxvi], la “vara” con la que miden es con la de su propia realidad.
Las zonceras con la que trabaja don Arturo Jauretche, y nos hace un llamado a liberarnos de ellas son, a saber: “principios introducidos en nuestra formación intelectual (y en dosis para adultos) con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la aplicación del buen sentido”[xxvii], las hay políticas, geográficas, culturales, etc. Así el descubrir las zonceras aparece como un acto de liberación.   
Hay diferentes “planes” que confluyen en una política que se dirige al impedimento de una política nacional. Entendiendo por esta “una línea política que obliga a pensar y dirigir el destino del país en vinculación directa con los intereses de las masas populares, la afirmación de nuestra independencia política en el orden internacional y la aspiración de una realización económica sin sujeción a intereses imperiales dominantes”[xxviii]. Lo nacional “no significa, en modo alguno negar lo extranjero, ni sustentar un nacionalismo xenófobo (…) Lo nacional es lo universal visto por nosotros”[xxix] [5].
            Podemos ver como don Arturo emprende la lucha contra la colonización pedagógica desde diferentes planos: en el cultural, sobre todo en los profetas del odio y la yapa; desde lo económico, como lo hiciera en el Plan Prebisch impugnando el análisis de éste acerca de la situación del país hacia 1955 y una forma de ver la economía del país que es como ir a comprar al almacén con el manual del almacenero; en lo social, en esos apuntes para una sociología nacional que denominó el medio pelo en la sociedad Argentina; y en lo político (y/o geopolítico), puede verse sobre todo en Ejército y Política[6]. Jauretche, sostiene Darío Alessandro, se dedicó a “destruir lo que llamara colonización pedagógica sin cuya destrucción consideraba imposible la liberación nacional”.[xxx]
Nuestro autor nos propone pensar en nacional, desde el centro del planisferio, no como estamos acostumbrados de abajo y desde un rincón[xxxi]. Girar el planisferio, es ya liberarse de este prejuicio. Así don Arturo aboga por la patria grande, en contraposición a las patrias chicas, que surgen de la desvinculación, desunión de nuestras patrias que habrían estado originalmente unidas. Solo así, en el camino de la unidad latinoamericana será posible la liberación.


* Licenciado en Sociología, Universidad de Buenos Aires
juanestebangodoy@hotmail.com
Noviembre 2010


[1] No excluimos aquí aportes que puedan surgir de autores de otras latitudes, pero sí consideramos que su lectura debe hacerse desde nuestra perspectiva, sin importar acríticamente pensamientos pensados y desarrollados para otras realidades. John William Cooke dirá que “(…) lo que hace que una ideología sea foránea, extraña, exótica, antinacional no es su origen sino su correspondencia con la realidad nacional y sus necesidades”. Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Introducción (Norberto Galasso y Germán Ibáñez). Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, página 12-13.
[2] Jauretche toma esta diferenciación de Jorge Abelardo Ramos.
[3] Jauretche dirá del viaje que realizara con su mujer Clarita por Europa: “las experiencias que saqué de lo ajeno me sirven a mí para comprender mejor lo nuestro”. En Galasso, Citado en Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires: Corregidor, página 168. Originalmente en Jauretche, Arturo, La Hipotenusa 3-8-1967. Originalmente en Jauretche, Arturo: El Nacional, 27-9-1958.
[4] Véase Jauretche, Arturo. (2008). Ejército y política. Buenos Aires: Corregidor, páginas 109-111. También Jauretche, Arturo. (2004). Los Profetas del Odio y la Yapa los profetas. Buenos Aires: Corregidor páginas 157-177.
[5] Vale resaltar la diferencia de la posición nacional con el nacionalismo, a saber: en la primera el segundo le es adjetivo; en cambio el nacionalismo opone a ideologías foráneas otras que también lo son, desvinculan Nación de Pueblo, se hallan influidos por personajes como Maurras.
[6] Claro que dichas categorías no son ni excluyentes, ni exhaustivas. La intención es dar una visión general de la obra de Jauretche en torno a la descolonización pedagógica.


[i] Citado en Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires: Corregidor, página 407. Originalmente en Jauretche, Arturo, La Hipotenusa 3-8-1967.
[ii] Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, página 173.
[iii] Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires: Corregidor, página 591.
[iv] Orsi, René. (1985). Jauretche y Scalabrini Ortíz. Buenos Aires, Peña Lillo.
[v] Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, páginas 181-182. Originalmente en Revista Gente, 19/11/1970.
[vi] Spilimbergo, Jorge Enea. (1985). Desmontando por izquierda. En  Parcero Daniel. Cabalgando con Jauretche (pp. 67-72). Buenos Aires, Roberto Vega, página 68.
[vii] Fanon, Frantz. (2007).  Los condenados de la tierra. México: Fondo de Cultura Económica, página 34.
[viii] Galasso, Norberto. (2003). Jauretche y su época. De Yrigoyen a Perón, 1901-1955. Tomo I. Buenos Aires: Corregidor, página 27.
[ix] Canales, Antonio. (1985). Prólogo. En Orsi, René. (1985). Jauretche y Scalabrini Ortíz. Buenos Aires, Peña Lillo, página 8
[x] Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, páginas 79-80. Originalmente en El 45, 4/4/4961.
[xi] Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, páginas 180. Originalmente en Discurso, 29/6/1942.
[xii] Jauretche, Arturo. (2004). Los Profetas del Odio y la Yapa los profetas. Buenos Aires: Corregidor página 159.
[xiii] Jauretche, Arturo. (2004). Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, página 71. Originalmente en Mano a Mano entre nosotros, 1969.
[xiv] Hernández Arregui, Juan José. (1973). ¿Qué es el ser nacional? (la conciencia histórica en Iberoamérica). Buenos Aires: Plus Ultra, página 162.
[xv] Spilimbergo, Jorge Enea. (1985). Desmontando por izquierda. En  Parcero Daniel. Cabalgando con Jauretche (pp. 67-72). Buenos Aires, Roberto Vega.
[xvi] Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires: Corregidor, páginas 592-93.
[xvii] Verdi, Luis. Prólogo. (1985). En Parcero Daniel. Cabalgando con Jauretche (pp. 11-15). Buenos Aires, Roberto Vega.
[xviii] González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue, página 137.
[xix] Jauretche, Arturo. (2008). Política nacional y revisionismo histórico. Buenos Aires: Corregidor, página 16.
[xx] Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, página 151. Originalmente en Revista Dinamis, 1972.
[xxi] Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires: Corregidor, página 592.
[xxii] Wainsztok, Carla. (2006). Descolonización Pedagógica. En Cuadernos para la Emancipación Nº 29, Buenos Aires, Agosto del 2006.
[xxiii] Goldar, Ernesto. (1975). Jauretche. Buenos Aires, editorial del noroeste. Cuaderno Nº 17 de Crisis.
[xxiv] Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires: Corregidor, página 200.
[xxv] Díaz Salazar. (1991). El Proyecto de Gramsci.  Barcelona: Anthropos.
[xxvi] Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Introducción (Norberto Galasso y Germán Ibañez). Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, página 11.
[xxvii] Jauretche, Arturo. (2004). Manual de Zonceras Argentinas. Buenos Aires: Corregidor, página 12.
[xxviii] Jauretche, Arturo. (1976). Forja y la década infame. Con un apéndice de manifiestos, declaraciones y textos volantes. Buenos Aires: Peña Lillo, página 21.
[xxix] Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Introducción (Norberto Galasso y Germán Ibañez). Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, página 13.
[xxx] Alessandro, Darío. (1985). De una Argentina colonial a una Argentina libre. En Parcero Daniel. Cabalgando con Jauretche (pp. 45-50). Buenos Aires, Roberto Vega.
[xxxi] Jauretche, Arturo. (2008). Ejército y política. Buenos Aires: Corregidor.

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